Hay asesinos en la carretera, y el ritmo lo marca el compás de las gotas de agua.
La lluvia se fusiona al entrar en contacto con nuestra cubierta a 37 grados,
Dios mío, no existo, y tú tampoco.
No exisitimos mientras estemos así, con los brazos sueltos, infinitos, solamenete guiados por el capricho del viento.
No existimos, y estamos felices por ello, el ambiente pastoso se mezcla con la ruptura del estatismo de la caida de las gotas..
Qué felices somos al darnos cuenta de que todos estos enrredos, estos laberintos sin salida, han servido para hacernos comprender la muerte, los extremos que tenemos dentro, el poder que se expande desde nuestros dedos.
Dios mío, nos desintegramos a medida que van pasando los kilómetros, ojalá que el foco de la energía nunca se apague, y que estas carreteras sean igual de eternas que nuestros deseos.
que estas vidas
RépondreSupprimernos atropellen.