Nos aprendemos con los ojos, cuando podemos vernos, pero ahora el cielo me está aplastando.
A veces pienso en cómo podría llegar a ser todo si no volvemos a conectarnos bajo lluvia naranja, sin sentir el abrazo rotundo, protejidos por la barandilla negra, y la madrugada helando la ventana de hierro diagonal.
Echo de menos, y me gustaría poder escribirlo más directamente.
Poder traducirme al cien por cien, y mejorar esta vinculación con cada letra, pero me es imposible. Siempre me he obligado, porque otros me había obligado, me esclavicé del mutismo, y ya es demasiado tarde.
Aún hacía frío, pero el sol estaba dorado aquella tarde, sangrábamos en segundo plano, al saber que quedaba poco tiempo, y tú me acariciabas la piel sobre las medias, a la rivera de un río desconocido.
Una dedicatoria en espiral. Y las pupilas florecientes bajo el tamiz de aquellas nubes.
Cuando nos protegíamos en el iglú, la televisión murmuraba en el fondo, echaba de menos el brillo de las miradas, y no podía dormir, me ponía la camiseta, pero nada podía ayudarme, ni los chorros de agua fría, ni la ducha, ni la ventana, y entonces dormía.
Cuando aún nos analizábamos, cuando cada uno tan sólo era la constitutción final de toneladas de máscaras y palabras. Los besos de colores, cuando ganábamos algo de terreno al desconocimiento.
Las sábanas usadas y húmedas, como cuando tú despertaste de aquella pesadilla, y los besos mientras dormías. Cuando me enfadaba, y al marcharme por las mañanas, me sentía la persona más desarraigada del mundo, continuando una rutina incierta.
Cuando pensaba que no me querrías, ni me querías.
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire
Leave your essence: