Las palabras nadie y nunca conseguían llenar y vaciar a X. en un mismo instante, en un mismo golpe, sobretodo, cuando sentía que la catarsis se estaba preparando más allá del horizonte.
Horizonte que les hacía creer que albergaba un mar, pero que realmente era árido y desértico.
X. siguió autocompadeciéndose toda la noche, y los párpados le ardían, los labios sangraban sin parar.
La ciudad parece aún más gris estos días que introducen el invierno. Ya no existen delirios cálidos y anaranjados, sólo frío. La sobriedad despoja a la vida de sus colores.
Y ya, nadie nunca.
Caquita.
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