X. se había dado cuenta hace tiempo de que la proyección del mundo variaba según la silla a la que se subiera para contemplarla, X. también sabía que la figura de H. era un mero concepto y que su apariencia cambiaba temporalmente.
X. no fingía ser frágil, pero a veces se tambaleaba, e incluso resultaba apetecible ante la nueva forma de H., el galán desaliñado, con el pelo tan desordenado y etéreo como sus ideas, mirada aguileña y negra enmarcada por potentes párpados., el gesto preciso en el momento preciso., la mímica precisa, el tono preciso.
Preciso y tambaleante, luz blanquecina y lluvia naranja mojándole la chaqueta en el Septiembre estival.
Te ignoro, te ignoro, te ignoro. (3)
Pensaba H.
Y X. apuraba el whisky., proyectándose a sí misma sin brillo, observando, como un infante, encaramado sobre la silla más baja pretendiendo alcanzar el imposible, la quimera, el regalo,...
Algo en otro limbo ya conocía el futuro, y sabía que el trayecto se tornaba excesivamente exasperante, la quimera era imposible.
Y todo se pudrió con el tiempo.
Mientras H. intenta atraparla en telas de araña falsas, pero a su vez maquilladas con mímica y coherencia.
Coherencia fingida, claro.
Siempre fingida.
Siempre mímica.
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