Nos desplazábamos dando tumbos por la ladera verde mientras presenciábamos por primera vez los caminos de puntos de luz que se formaban en el cielo, la silueta de los árboles delimitaba los espacios, delimitaba los dos colores celestes.
El puntillismo marcaba la trayectoria, mientras haces de luz blanca surgían del infinito negro y subrayaban el eco de nuestras voces mentales.
La vibración se acentuaba dulcemente y llegamos a imaginarla gráficamente en nuestro cerebro.
Cuán maravillosos son estos efectos...
Y qué bonita era entonces la vida... (¿?)
Recuerdo a D. M.
Ya te dije que eras evocadora.
RépondreSupprimerAhora en vez de uno tengo dos. Gatos, claro.