X. siempre se había propuesto a sí misma abandonar parte de su inocencia en Z., la tierra desolada y rota, que por otra parte era su alma proyectada en suelo.
Pero ya ha pasado un año y medio, y es hora de dejar que el ancla se posara, en este caso en el suelo de cemento rojo del andén.
El viaje en el amasijo de hierros fue ruidoso, como una majestuosa proyección de recuerdos vibrantes a través de ventanales moteados por lluvia GRIS.
Z. le despidió como siempre, el despertar plomizo y la estación insomne.
El cefalópodo monstruoso quedaba paulatinamente atrás, X. supuso que H. estaría durmiendo por alguna callejuela, sin nadie que le cuidara y rodeado de los bricks de vino (no las botellas)
y solamente acompañado por sus propios excesos.
X. se había propuesto que él la despidiera, y lo había deseado tanto como abandonar su inocencia en Z.
Esos dos momentos siempre permanecerían en deuda:
La despedida, el eterno reencuentro.
Y la cama anónima donde habría yacido la otra X.